lunes, 5 de septiembre de 2011

One night in London

Estoy en Londres, caminando sin rumbo por las calles de Picadilly.
Cometi un error, un error ingenuo de principiante. Escribí en las paredes del hotel en donde estaba alojado y me descubrieron. Al llegar a la recepción me esperaban con una nota con mi nombre y habían anulado la tarjeta magnética que me permitía ingresar a la habitación.
Me pidieron que limpiara todo lo que había escrito en los baños del cuarto y septimo piso, me pidieron que hablara al día siguiente con el gerente manager, y sobre todo, me pidieron que me fuera.
Pude dejar mis cosas en la habitación y Carla pudo quedarse sin problemas, pero yo me quedé en la calle sin lugar en donde dormir.
Camine por las calles del Soho hasta Regent Street y de ahí hasta Oxford Street para pensar en lo que había pasado, después volví por las mismas calles para no perderme. De vuelta a Picadilly camine hacia Wardour Street en busca de un baño pero no logré dar con ninguno abierto ya que todos cierran antes de las 9 de la noche, y ya era media noche. Me dió vergüenza entrar en algún bar con mi campera deportiva verde loro y la mochila cuando todos estaban vestidos de moda con zapatos, traje y ropas elegantes y suntuosas.
Así que me descargué en un callejón y entre en el único bar cafetería abierto que encontre para leer y escribir un poco.
La máquina de café estaba apagada y limpia, así que me conforme con un Ice tea y un poco de tranquilidad.
Hacía frío, estaba cansado de caminar sin rumbo y al cansancio físico se agregaba la tensión extra y el tedio de una lengüa desconocida: no hablo una sola palabra de inglés.
En mi cuaderno de viaje escribo -puedo escribir, puedo pasar toda una noche sin dormir en Londres, puedo leer y quedarme pensando y observando (cosa que me gusta sobremanera) la vida nocturna de los ingleses-.
Cuando nos quedamos a solas, el único camarero que hay me habla buscando conversación. Lo poco que creo entender es sobre una clienta que todas las noches llega borracha a pedirle un sandwich de salmón. No logro contestarle una sola palabra y le sonrio levemente. Mi falto inglés y mi sorpresa endurecen mi lengüa.
Supongo que estaré aquí hasta las 3 de la madrugada, hora en que cierran todos los pubs de la calle.
Después tengo pensado ir a un local de internet atendido por un indio que dijo quedarse toda la noche, miraré un pelicula on-line o algo por el estilo.
Fuí un perfecto idiota al escribir las puertas de los baños del hotel, no se que se me cruzo por la cabeza. Quizá fueron los graffiti que vi en las calles de París la anterior semana, o el libro de Banksy que me prometí comprar una vez llegado a Madrid. Grandes artistas callejeros muestran impunes su creatividad por las calles de las grandes urbes del mundo y yo soy sorprendido infraganti al primer intento de mínima delincuencia en las puertas del baño de un hostel adolscente.
Me siento un perfecto idiota. Sin contar que por mi culpa preocupe a Carla y la deje durmiendo sola en la habitación que debíamos ocupar los dos. La pobre se hecho a llorar cuando el conserje le explico la situación. Ella siquiera sabía que yo había escrito en ningún sitio.
El camarero pone música francesa y prepara sandwichs, el lugar es pequeño, cuatro mesas completan el comedor, la vitrina exhibe bolas de falafel, ensalada rusa, pescado y pollo frito, salame cortado en fetas estilo italiano, miel, salsas picantes y una artillería de tortas que desconozco. La pared que hace de fondo de la barra está pintada de color púrpura y todos los precios y pizarras están hechos a mano con una caligrafía impecable. Busco el nombre por todos lados, pero la única inscripción que hay en las ventanas y la puerta de vidrio dice -Café shop, breakfast, lunch dinner snacks-.
Afuera sigue pasando la gente bien vestida, los autos costosos con el conductor a la derecha y pequeños grupos de mujeres solas taconeando en la calle de piedra.
El camarero comienza a retirar la comida de la vitrina y a limpiar los escaparates con un spray.
La inscripción incriminadora y osada por la que cumplo mi condena no era otra que la página web de una marca de remeras. Ni mensaje anarquista, ni invitación a la libertad o la poesía. www.metricastore.com.

Ahora entran unos policías de civil y conversan con una pareja que antes menciono algo sobre drogas y todos ríen ordenadamente.
Unas chicas piden sandwiches y el café se llena de gente borracha que tambalea mientras hace su pedido.
Hago una seña al camarero para ver si ahora si puedo tomar un café y me dice que la pareja a la que sirvió café es una pareja de policías a la que le debe dar café gratis.
La policía se fue y un momento más tarde el camarero me aviso que en fiftin minits cerraba. Recogí mis cosas y me fui a caminar por la calle de las prostitutas y los Sex DVD Shops. Los bares y las discos ya estaban cerrando, el indio de la tienda de internet seguía abierto. Conteste mails, leí el Ole y el pronóstico de los vuelos de hoy en Londres y Barcelona. Todo seguía igual, Maradona dio la lista de los 30 jugadores que irán al mundial y las cenizas volcánicas que azotan Europa no alteran nuestros planes de volar a España.
De las 3 y media a las 5 de la madrugada mire una película on-line, Iron Man 2. Quizá por ver estas cosas haga las idioteces que hago en el baño de un hostel.
Después camine, estaba amaneciendo. Fue maravilloso, descubrí una Londres totalmente en calma, brillante. Todas las grandes ciudades al amanecer nos transmiten una tranquilidad latente, como si estuviéramos en presencia de una pareja de leones dormidos. El peligro se encuentra ahí, todavía no ha despertado.
Caminé más de una hora hasta dar con el mercado Covena Garden. En una esquina de la plaza dba una pequeña porción de sol. Ahí me quede, con los ojos cerrados, escuchando el ronroneo, los latidos de la hembra, los suspiros del macho, la persiana de una cafetería, el camión de los diarios, una bicicleta a paso de hombre, el reloj del Big Ben dio las 6 y lo único que encontré abierto para calentarme el pecho fue un Mc Donalds: café en vaso de plástico y dona en bolsa de papel con etiqueta. Sugar donut.
El león estaba despertando.
¿Por qué escribí esos grafitis? ¿Por qué el gerente enfureció tanto como para echarme a la calle?
¿El tiempo que dura un viaje, duran las sorpresas?
¿En cada sorpresa hay una oportunidad?
A las 7 de la mañana estuve en la puerta del hostel para encontrarme con Carla.
A las 12 del mediodía estabamos en Barcelona.

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