domingo, 23 de octubre de 2011

Las Medianeras del domingo

Los domingos son complicados. Cosa contradictoria si las hay. 
En el cartón que cubre el comedor de casa, en donde pego todo tipo de ayuda memorias de felicidad y cosas inspiradoras, tengo pegada una tira de Rep que muestra siete u ocho ilustraciones de esas publicidades gráficas de los años 60 en donde se ve a hombres contentos, felices o triunfantes; seguido de esos dibujos hay un hombre taciturno en la ventana de un café y debajo dice: -lo que mata no es la humedad, es el mandato de tener que ser feliz-.
Los domingos son complicados para muchos de nosotros porque nos sigue ese mandato de felicidad, porque queremos hacer en un día todo lo que no somos capaces de hacer en el resto de la semana, porque ponemos nuestros deseos en una bolsita FlowPack de lunes a sábados, para sacarlo fresco el domingo y comerlos con todas las proteínas intactas (las metáforas no son mi fuerte).
Después de almorzar un pescado a la parrilla con Gusti y Sofi en medio de la naturaleza, se me vino el domingo encima cuando Carla me dijo que no iba a estar conmigo después de las 8 de la noche, porque tenía que firmas un comercial que quizá la detendría hasta la madrugada. Poco a poco se fue formando una pelota en la boca de mi estómago, pensando en como hacía para desmarcarme de la triste situación de quedarme solo en pleno domingo.
Por suerte (y meses de terapia) la solución llegó. ¿Que es lo que más quisiera hacer yo en este momento si pudiera elegir?. Pregunta rara en este contexto, tomando en cuenta que la teoría dice que puedo elegir desde siempre (por eso llevo meses de terapia).
Me voy al cine, dicto mi deseo automáticamente. 
Poco a poco, voy incorporando el hábito de escuchar a mis deseos, con la sorpresa de que siempre están cuando los necesito.
Los ejemplos más claros siempre los encuentro relacionados con las comida, torturo a mis alumnos con comparaciones ridículas entre una ensalada agridulce y la selección tipográfica para el diseño de una revista. Hoy, después de ver Medianeras de Gustavo Taretto, salí sonriente del cine, con la misma felicidad que me provoca entrar a un restaurante de ruta al azar y encontrar la milanesa perfecta, a solas.

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