Aquel que despierta verdaderamente al camino
y es fiel a la llamada de la vía iniciática entra
en un país totalmente nuevo.
Todo, absolutamente todo, es diferente.
Diferente por su calidad, por su sentido
y por el objeto de su conocimiento.
Diferente también por la llamada a un cierto
comportamiento y a una cierta relación
con los demás y con toda la vida.
El principiante en el camino
pisa un suelo nuevo, lleno de sorpresas,
de tentaciones y de peligros.
Muchas cosas le asustan,
otras le parecen profundamente familiares.
Al principio está, naturalmente,
suspendido entre dos universos,
entre la promesa y las exigencias de lo nuevo
y el peso del antiguo mundo habitual,
entre el espíritu de aventura
que le empuja hacia lo inexplorado
y la necesidad de seguridad
que le remite a sus costumbres;
entre el impulso de fuerzas aún desconocidas
y la fidelidad a los antiguos valores.
Todo depende en este momento
de una decisión inequívoca
y de la tenacidad de llevarla a cabo.
Hay que atreverse a salir
de las estrechas fronteras
de un orden tranquilizador
para entrar en el vasto terreno de la libertad
que no posee ningún sistema de seguridad;
aceptar el riesgo de ser infiel al orden
y a las leyes establecidas
para ser fiel a lo inaudito,
cuya promesa y obe dien cia
brota del corazón del Ser esencial;
abandonar la red de relaciones humanas,
superficiales, bien organizadas,
para afrontar la soledad
que va pareja con la profundidad,
profundidad donde sólo encuentran un lugar
aquellos contactos
que dejan resonar su voz secreta.
Quien ha despertado al camino
se con vier te en ciudadano de otro reino,
que no es de este mundo, sino el de su origen
hacia el que comienza a retornar.
Sus únicos y auténticos lazos le unen a
aquellas personas que él siente
son sus hermanos y hermanas en el Ser.
El país nuevo en que entra
es siempre un país de revolucionarios.
Los sistemas existentes sólo son reconocidos
si preparan una renovación. Si oprimen
lo que supone el futuro son combatidos.
El hombre iniciado es un foco de confusión.
Nada le inmoviliza, ni incluso, y sobre todo,
el hecho de encontrar,
en el curso de su evolución,
el objeto de su constante búsqueda.
El también da la razón a la sabiduría búdica:
"si llegas a un lugar
en que no encuentras a Buda, vete más lejos,
pero si llegas a un lugar
en el que encuentras a Buda, aléjate más".
La vida iniciática
es siempre sorprendente y peligrosa,
para los enemigos, para los amigos
y para uno mismo.
Sin detenerse. Sin punto de llegada.
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